
MADRID, ESPAÑA.- Un estudio publicado en Atención Primaria analiza las falsas ideas y los rumores sin fundamento existentes sobre los eventuales efectos negativos de las vacunas, aclarando los errores atribuidos bajo la perspectiva del conocimiento científico disponible.[1]
Las vacunas se encuentran entre los mayores logros de la salud pública a lo largo de la historia; han conseguido prevenir miles de enfermedades y muertes cada año. Sin embargo, a medida que las enfermedades y muertes prevenibles por vacunas han disminuido, ha aumentado la preocupación sobre su seguridad. Los efectos adversos que pueden tener las vacunas, como cualquier fármaco, son claramente inferiores a los beneficios individuales y colectivos que suponen los programas de vacunación.
Las principales falsas creencias están relacionadas con efectos que se producen en las edades próximas a las de la administración de las vacunas, pero esta asociación no es causal, como se ha demostrado en la mayoría de los casos.
El estudio resalta la importancia de que cualquier efecto indeseable atribuible a las vacunas debe poder detectarse de forma temprana mediante sistemas de farmacovigilancia bien estructurados.
Los efectos adversos que pueden tener las vacunas, como cualquier fármaco, son claramente inferiores a los beneficios individuales y colectivos que suponen los programas de vacunación.
Acontecimientos adversos históricos
Es cierto que la historia de las vacunas está salpicada de acontecimientos adversos relacionados con la seguridad de las mismas, algunos confirmados, pero la gran mayoría descartados tras su investigación.
El primer caso fue el incidente Cutter, ocurrido en 1955, durante el primer programa de vacunación masiva de polio, donde algunos lotes de la vacuna contenían virus vivos en lugar de inactivados y se produjeron más de 40.000 casos de la enfermedad y 10 fallecimientos. Se atribuyó a vacunas producidas en una empresa familiar, mientras que las que se produjeron en otros laboratorios no ocasionaron problemas.
Ha habido otros sucesos negativos, como el caso de una vacuna contra la gripe estacional, el año 1976 en Estados Unidos, en que se detectó un aumento del riesgo de síndrome de Guillain-Barré. Esta reacción finalmente analizada fue de aproximadamente un caso por cada 100.000 vacunados.
A lo largo de la historia se ha cuestionado la posible asociación entre vacunación y muerte. Un estudio publicado en 2013, que utilizó bases de datos electrónicas de más de 13 millones de personas vacunadas, lo comparó con la mortalidad de la población general de Estados Unidos, lo que proporcionó evidencia suficiente de que las vacunas no están asociadas con un mayor riesgo de muerte.[2] (Dr. Javier Cotelo MedScape)