
Ha pasado casi una década desde la primera vez que me presenté a unas elecciones a cargo público.
Tenía entonces treinta y cinco años, hacía cuatro que me había licenciado en Derecho, acababa de casarme y en general me mostraba impaciente ante la vida.
Se abrió una vacante en la legislatura de Illinois y muchos de mis amigos me animaron a presentarme, convencidos de que mi trabajo como abogado de derecho civil y la red de contactos que había creado trabajando como organizador comunitario me convertían en un candidato viable.